Sunday, April 23, 2006

La Chiva del Aire - Colombia


Abril 22 de 2006

La ‘chiva del aire’ llega cada miércoles a Barranco Minas (Guainía)

Un DC-3, fabricado en la Segunda Guerra Mundial, es el único vehículo que puede llegar a la mitad de la selva, a varios caseríos del sur del país.

Como si lo que estuviera manejando fuera un jeep, el piloto Ovidio Alarcón abrió la ventana a su izquierda en pleno vuelo y escupió el chicle a más de mil metros de altura y 350 kilómetros por hora.

Atrás, unos 20 campesinos se las arreglaban para hacerse oír en medio del crujir de latas, el frío penetrante que se colaba por las grietas y el cacarear de las gallinas.

Amontonados con los viajeros, iban de Villavicencio hacia Barranco Minas, en Guainía, más de 2.500 kilos de carga, entre arrobas de tomate y cebolla, guacales con frutas, bicicletas, una caja de pollitos vivos y hasta un par de revistas eróticas para los soldados.

Era uno de los seis aviones DC-3, fabricados en la Segunda Guerra Mundial, que aún operan en Colombia, que en vez de turbinas tienen pistones, que quizá representan la manera más antigua de volar y que son los únicos que pueden aterrizar en medio del lodo y la tierra que hacen de pista en una docena de poblaciones enredadas en 650 kilómetros de selva y llano.

Además, en la mayoría de los casos, son la única forma de salir de esos caseríos en Amazonas, Guainía, Guaviare, Vaupés, Vichada o Meta. Haciendo cuentas rápidas, cubren más de la mitad de Colombia.

Desde hace 10 años, cuando Germán Castro Caicedo inmortalizó esas aeronaves en el libro El Alcaraván y Villavo tenía sólo 230 mil habitantes, nada además del número ha cambiado. En la capital del Meta viven hoy cerca de 400 mil almas, según las proyecciones del Dane, y estos ‘jeeps del aire’ siguen siendo la única esperanza de quienes viven en esa otra Colombia a la que se llega pagando una tarifa similar a lo que cuesta volar desde Bogotá a Cartagena o a San Andrés.

De hecho, en Barranco Minas conocieron primero al DC-3 que la luz eléctrica, que llega por días y se va por meses. Su carraqueo se escucha sin falta cada miércoles, pese a que los pilotos tienen que volar por la selva casi de memoria, sin señales de torres de control y sin medio reporte atmosférico.

Aún así vuelan, y muy bien, dice el piloto Joaquín Sanclemente, quien ha sobrevivido en un DC-3 a disparos de la guerrilla. Para él, ese es el mejor avión del mundo, y el más seguro.
Claro que no todos opinan lo mismo. Alejandro Galeano, profesor del pueblo, jura que no se vuelve a montar "ni amarrado".

Recuerda que a mediados de junio del 2004, cuando se subió a una de esas aeronaves, no sin antes zamparse de un sorbo media botella de ron, el avión no despegó sino que empezó a menearse en tierra. Se salió de la pista y se le partió un ala. Por fortuna, sólo hubo raspones, moretones y muchos abrazos.

Historias como esa abundan en la región. Otra es la del presidente de la Junta de Acción Comunal, según la cual un día tuvieron que prender el avión jalando una cuerda que amarraron a la hélice, como si fuera una lancha a motor, porque, sencillamente, se quedó sin baterías.

En la manigua nadie, a excepción de los militares, les dicen a esos aviones los DC-3, como fueron bautizados. Satíricamente, y no sin algo de cariño, allá los llaman los ‘transmemato’.

ANDRÉS L. ROSALES
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
(GUAINÍA)

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