Friday, May 18, 2007

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Mayo 18 de 2007

Cerca de 60 lenguas nativas del país se extinguirían, a no ser por estudiosos como Jon Landaburu

Foto: David Osorio / EL TIEMPO
Landaburu habla andoque, arhuaco y algo de sáliva.

Foto: Archivo
Las lenguas de los kogui y los arhuacos son las que tienen una mayor complejidad de significados.
El experto resalta la riqueza nacional en este aspecto: Colombia, en proporción a su tamaño, es el país con más lenguas indígenas en el mundo.

Mientras en Cartagena y Medellín se congregaban hace pocas semanas las mejores plumas y lenguas de Hispanoamérica y muchísima gente se deleitaba con sesudas conferencias sobre lo que fue, es y será el español, al otro extremo de Colombia un par de indígenas nonuyas, sin más ayuda que la conciencia de su raza, recorrían a pie pelao y en piragua las selvas del Caquetá y el Putumayo buscando algo de su pasado hablante para reactivar su lengua, desaparecida con la muerte de su último abuelo.

"Y eso está pasando en otras partes de Colombia", asegura Jon Landaburu Illarramendi, doctor en Letras y Ciencias Humanas de La Sorbona de París, con especialidad en Lingüística, Magíster en Filosofía y antropólogo, autor de 15 libros, miembro de 4 sociedades científicas, profesor universitario y otros títulos y conocimientos, uno de los cuales es el que más lo enorgullece: "Hablo andoque, arahuaco y algo de sáliva".

"La comunidad de los Kuankamo, en Atánquez, está en la tarea de revivir su lengua, perdida a mediados del siglo pasado, y lo mismo los Pastos, cuya lengua desapareció hace varios siglos. Un trabajo difícil. Se tienen que valer de escritos y listado de palabras de viajeros de hace muchos años, de recuerdos de los ancianos. Pero también ocurre lo mismo en Argentina, México, Perú, en África, en Estados Unidos".Hijo del que fue vicepresidente del gobierno vasco en el exilio durante la dictadura de Franco y antes, durante la Segunda Guerra Mundial , encargado de contraespionaje en la resistencia francesa contra el nazismo, Landaburu llegó a Colombia hace 40 años para dictar clases de filosofía, dentro de un programa de servicio social que tenía el gobierno francés para los jóvenes desafectos a los cuarteles.

Llegó cuando los septiembres capitalinos eran de lluvia continua y tristes, pero a los pocos días viajó a Choachí y fue "como si hubiera pasado del blanco y negro al color: vi una naturaleza de una dimensión que para un europeo era sorprendente y bellísima".

Allí debió quedar arrebatado para siempre por esta Colombia "tan diversa en geografía, gentes y modos de vivir".

Porque en esos años en que la mayoría de los bogotanos no viajaban más allá de Girardot y creían que los mares colombianos solo estaban frente al Rodadero y que un 'indio' no solo era alguien grosero sino además pobre, él se dedicó a recorrer un país aún más desconocido: La Guajira, los Llanos, Puracé, San Agustín...El acercamiento
Meterse en el estudio de lenguas poco conocidas era algo que le hervía en su sangre vasca, cuyo idioma, junto al celta, sobrevivió al latín impuesto por los romanos.

Por eso, mientras estaba dando clases de lingüística en la Universidad Nacional y en la de los Andes, lo buscó Gerardo Reichel Dolmatoff y le dijo que lo que hacía era muy interesante pero que sería mejor que se fuera a los Llanos a aplicar sus métodos en el estudio de la lengua sáliva, no lo dudó un instante.

Este viaje se convirtió en la aventura con la que cualquier joven europeo de mediados de los 60 soñaba: perderse en las selvas suramericanas, caer en manos de indios y salvarse. Pues esto le ocurrió, en gran medida, a Landaburu.

Llegó a un Orocué tan extraviado que ni siquiera por esos años (1968) figuraba en las enciclopedias, pero donde había unos mil sálivas, también extraviados en la selvas circundantes.
Un misionero le informó que se encontraban "donde hay unos árboles de mangos", y le prestó una bicicleta para que emprendiera la búsqueda por una inmensidad en la que, una hora más tarde, no le importaba saber si iba para el norte o el oeste y en la que debió inventarse sus propias trochas y aguantarse calores de espanto que, sin embargo, no le impidieron exclamar frente a esa descomunal naturaleza: "¡Espectacular!"

Desde luego, también se extravió. Y lo peor, no vio mangos por ninguna parte. Lo agarró la temida noche. Pero no le hizo ni cosquillas y decidió internarse en la llanura viva. Embelezado por la luna y la algarabía de quién sabe qué bichos, no cerró los ojos. Fue su suerte: a lo lejos vio unas lucecitas.Las lucecitas eran chisporroteos de la fogata de un grupo de sálivas, que quedaron perplejos frente a un hombre a quien apenas se le veían los ojos entre el barrizal que lo cubría hasta la coronilla, además en una bicicleta. A señas, logró que le dieran una hamaca donde quedó tan dormido como una roca.

Al otro día, el más anciano le ofreció tinto y él le dijo de una vez que venía a "estudiar su lengua". Quedaron aún más perplejos. Pero en fin, Landaburu comenzó su tarea, para la cual creó un método de descripción gramatical, fonética y fonología, que más tarde le serviría para fundar una escuela de posgrado en lenguas indígenas y el Centro Colombiano de Estudios de Lenguas Aborígenes.La lengua de los andoquesCuando Landaburu consideró que su trabajo con los sáliva ya tenía estructura, quiso conocer algunas comunidades indígenas del Amazonas. Supo de una bastante desconocida: los andoques.

Para allá se fue. También a hallar a sus integrantes (unos 100 en 1969) fue una cadena de peripecias: partiendo del antiguo penal de Araracuara le tocó afrontar raudales, abrir atajos, aguantar picazones, pero los encontró. Con ellos, durante 300 días, mambeó, fumó sus tabacos, bailó sus danzas, entonó sus canciones, habló con sus ancianos, que le contaron cómo nació el mundo, qué les pasa cuando se dejan llevar por la ira, qué es el arco iris, qué es el cielo, cómo hacen sus remedios y cientos de conocimientos más que, al final, le permitieron no solo hablar su lengua sino hacer una tesis sobre la gramática andoque.

Cuando estaba dándole los toques finales a la redacción de la gramática andoque, se le presentaron unos emisarios de los arahuacos. Le traían un mensaje tentador: ayudarlos a estudiar su idioma para poder escribirlo y enseñarlo en las escuelas que estaban construyendo en la Sierra Nevada.

Viajó con su esposa y durante diez días, en un peregrinaje "fabuloso y extraordinario", recorrieron distintas comunidades. Luego se instalaron en una casita cerca de Nabusimake, donde se dedicó a estudiar la lengua y su esposa a enseñarles matemáticas.

Al final, lo increíble: ¡un vasco-francés enseñando a escribir el arahuaco a sus hablantes!
Aterrador, porque si algo queda claro de los trabajos del vasco-francés-colombiano Jon Landaburu es que estas lenguas (organizó la traducción de la Constitución al wayuu, ika, inga, cubeo, kamentsá, guambiano y paez) son suma perfecta de sabiduría y poesía. Un simple ejemplo:
Cuando estaba dirigiendo la traducción de la Constitución al paez, esta comunidad, en discusión con el lingüista paez Abelardo Ramos, alumno suyo, encontró que para verter la expresión "Estado Social de Derecho" a su lengua el vocablo preciso era uno que pronuncian como 'eena kaf'i'zen'i'. Que para ellos significa "justicia". Pero con una concepción distinta a la nuestra: "darle a cada uno lo debido en un ambiente de armonía". Pero algo más: con esta palabra interpretan el momento justo en que el Sol se oculta y ocurre la perfecta comunión entre día y noche, en un ambiente resplandeciente de dorado, belleza y tranquilidad. Si esto no es poesía y sabiduría, nada lo es. Ni lo será.

¿Por qué se está dando esta recuperación de esas lenguas?

"Por el miedo de esos pueblos a quedar completamente absorbidos; entonces, en un esfuerzo de búsqueda de su originalidad, de su identidad, tratan de reactivar la lengua, que es algo así como su arma para defenderse de quedar mezclados totalmente. O arrasados. Se trata de un fenómeno mundial de reivindicación de los grupos tradicionales, rescatando su tradición, porque se están empezando a dar cuenta de lo propio, de lo que tenían siempre pero que fue muy aplastado, muy dominado. Un ejemplo sencillo: si en una reunión alguien empieza a hablar en andoque, inmediatamente lo consideran 'otro'. Pero si aparece alguien hablando la misma lengua, ese 'otro' se identifica con él como una misma carne y sangre".

¿Qué significa para un pueblo perder su lengua?

"Significa perder una parte de su identidad, meterse en vestidos mentales que vienen de fuera, como si alguien se pusiera un saco ajeno. En otras palabras, la experiencia que un pueblo, con toda su sabiduría, expresaba a través de su idioma ahora la expresa a través de uno ajeno. En fin, es borrar para siempre toda una sabia tradición".

¿Ese poco interés por estas lenguas se puede entender también como desprecio hacia idiomas que muchos consideran menores, como dialectos?

"Durante muchos siglos se tuvieron como dialectos, como formas inferiores y pobres de hablar. Pero en absoluto lo son. Se trata de lenguas que tienen gramáticas tan sofisticadas como el castellano, el ruso, el latín, el griego, el alemán. El término dialecto desde el principio fue peyorativo, porque correspondía a lenguas no escritas. Pero el hecho de que una lengua no sea escrita no significa que no tenga complejidad en su oralidad, en su régimen normal de discurso, de intercambio entre las personas. Tan compleja en su estructura y hasta en su léxico como una lengua escrita. Incluso, la escrita tiene registros limitados en relación con la versatilidad y riqueza de una lengua oral. Por eso, se reivindican mucho las lenguas orales. Obviamente, eso es una imposición ideológica del hombre de la ciudad, del letrado, porque así afianza su poder".

¿Colombia es rica en estas lenguas?

"En proporción a su población es la de mayor diversidad. Brasil tiene como 200, México 80. Colombia tiene una situación muy particular: está a la salida del istmo interamericano; entonces, todas las poblaciones migrantes que venían bajando pasaron por aquí, unas se quedaron y fueron dejando su herencia.Además, su diversidad en climas, alturas, con selvas, desiertos, llanos, dos océanos, tres cordilleras con pisos térmicos muy variados dan nacimiento a culturas muy diferenciadas, que van desarrollando lenguas diferentes. De ahí la extraordinaria variedad lingüística de Colombia, que es, por lo demás, semejante en diversidad a la de fauna, flora y cultura".

¿Cuántas de estas lenguas exiten en Colombia?

"Entre 60 y 70. La que más se habla en Colombia es el wayuu. Junto con los wayuus venezolanos, tiene cerca de 350 mil hablantes. Las que menos se hablan, las que tienen menos de mil, suman unas 34. Por ser estas comunidades pequeñas, su lengua está en serio peligro de desaparición. Lo más grave, existen algunas que en este momento se están muriendo porque solamente tres o cinco personas la hablan. Por ejemplo, entre Caquetá y Putumayo está el nonuya, lengua que documenté con mi amigo Juan Álvaro Echeverri, profesor de la Nacional. Cuando empecé a investigarla la hablaban 5 personas; ahora quedan dos nada más. Es impresionante, ellos solos hacen lo posible para recuperarla".

¿La lengua más difícil que ha encontrado en Colombia?

"A nivel de la complejidad de los significados, las kogui, arhuaco, de la Sierra Nevada. Son lenguas de una prodigiosa diversidad en cuanto a la gramática y al léxico. En cuanto a la fonética, estarían el andoque o el yujup, ambos del Amazonas, por la variedad de sus vocales. Por la variedad y complejidad de sus consonantes, estaría el paez del Cauca, que recuerda, en ese aspecto, a las lenguas del Cáucaso".¿Cuáles son los enemigos de estas lenguas?

"El conflicto interno, que ha obligado al desplazamiento de muchas comunidades. Los megaproyectos agrícolas, mineros, petrolíferos, que son necesarios pero hacen que estas zonas de vida se fragilicen. No somos capaces de pensar en un modelo de tolerancia y convivencia. Pensamos que lo fundamental es la acumulación de riqueza. También la occidentalización, la americanización de nuestro modo de vida, que en el fondo, por más que proponga compasión y respeto, es excluyente. La Unesco calcula que a finales del siglo, el 90 por ciento de las lenguas que se hablan en el mundo va a desaparecer. Es decir que de las 5 o 6 mil -porque es difícil definir un número preciso por el problema de las variaciones- quedarán unas 600. Es aterrador".

Por René Pérezrenepe2001@yahoo.com

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